The Revolutionary Colossus –

Colossi revolucionaria en una genealogía que se extiende desde el gigante de la Bastilla de Darwin hasta la horrible criatura de Frankenstein nos invita a considerar el registro emocional particular dentro del cual aparece cada uno. El ejercicio revela una relación inversa entre tamaño y grado de horror. En Darwin, el gigante es grandioso y glorioso, del tamaño de la tierra misma; En Fouché es más aterrador y más pequeño, atravesando la República en una misión de exterminio despiadada. En los estampados termidoros y en la caricatura británica, es una aberración hueca de un cuerpo político, o un aspirante a coloso que en cambio se convierte en un monstruoso caníbal mientras bebe la sangre de la guillotina. En Shelley's Frankensteinla criatura es algo más grande que un hombre, y francamente horrible, doblemente así porque simpatizamos con él. Y hay algo más en el cambio del gigante titánico de Darwin, despertado por la velocidad patriota, a la criatura de Shelley, sacudida en la vida por un científico en el control de una impulsión creativa febril, equivocada y creativa. Si para Darwin, Revolution podría alegorizarse al despertar electrificado de una tercera finca incorporada, entonces Frankenstein alegoriza una revolución despojada de su escala épica y su promesa. Nuestra atención cambia de la velocidad patriota y el coloso al «Prometeo moderno» del subtítulo de Shelley, que dio fuego a la humanidad y vivió para lamentarlo.