Foto de Nicolás Ladino Silva en Unsplash
Como Cuando entro en la mediana edad, escucho a muchas de mis contemporáneas lamentarse de tener muy pocas fotos de ellas mismas cargando a sus bebés. ¿Por qué? Porque en ese momento pensaron que se veían cansados, agotados y feos, y no querían que esas imágenes quedaran registradas para la posteridad.
Ahora, diez o veinte años después, se dan cuenta de la locura de su decisión. Sólo tienen un puñado de fotografías que les recuerdan esos primeros días especiales con sus bebés.
Cuando tenía treinta y tantos años, esta propensión de las amigas a levantar la mano para objetar cuando sacaba la cámara ya me molestaba. No quería escucharlos quejarse de no tener maquillaje o verse “gordos” ese día. ¿Realmente íbamos a perdernos la oportunidad de grabar un momento divertido juntos porque no se veían lo suficientemente bien?
Pero por otro lado lo entendí. Nos han impuesto a la fuerza estándares de belleza imposibles desde que éramos niñas, y no cumplir con esos estándares puede ser, como mínimo, incómodo. La idea de tomar fotografías de nuestro yo imperfecto puede incluso resultar francamente aterradora.
Como alguien que sufre de trastorno dismórfico corporal, lo padezco más que nadie. Pero es porque Por eso soy una gran defensora de que las mujeres se esfuercen por dejarse fotografiar más a menudo. Y no sólo eso, sino dar un paso más y llevar desnudo fotografías de ellos mismos.
Cuando tenía 25 años, iba a la universidad en un paraíso para los artistas en Santa Fe, mi amiga Shona y su novio, que eran fotógrafos talentosos, reservaban regularmente sesiones de desnudos con nuestros amigos. Recuerdo estar sentado en su casa por las noches, mirando docenas de fotos de nuestros amigos más cercanos, completamente desnudos (ellos, no yo).
De alguna manera, no había nada extraño en tener senos desnudos sobre la mesa de café, o que esos senos desnudos pertenecieran a personas con las que me sentaba en clase. Eran simplemente fotos hermosas de gente hermosa y Shona y yo las hojeábamos y escogíamos las que pensábamos que eran más cautivadoras.
Esta fue la primera vez que sentí ganas de desnudarme para la cámara. Estaba desesperadamente hambrienta de dejar que me tomara fotografías desnuda. Pero simplemente no pude reunir el coraje para hacerlo.