“Las emociones no expresadas nunca morirán. Están enterrados vivos y aparecerán más tarde en formas más feas”.~ Sigmund Freud
En cuanto al dolor, existen dos formas en las que los seres humanos estamos biológicamente programados: Para manifestar el nuestro, y para responder al de los demás.
Los gritos fueron evolutivamente esenciales para la supervivencia del hombre. Gritamos cuando estamos heridos para alertar a otros de nuestra difícil situación, y más a propósito, para provocar empatía y rescate.
En algunas ocasiones, nuestra incapacidad para pedir ayuda puede ser el resultado de limitaciones particulares en la estructura física. Un animal herido, por ejemplo, puede conservar sus recursos arrastrándose primero a un lugar seguro donde pueda lamerse las heridas en silencio; puede ser consciente de los peligros de los depredadores al acecho, donde vocalizar el dolor puede ser una trampa mortal en lugar de cumplir su función prevista. El vagabundo que pide limosna a la vera del camino, muriendo de una enfermedad que no podemos pronunciar; demasiado débil para moverse y encerrado en el mutismo, sólo puede decir con los ojos: “Estoy solo. He perdido el don de la esperanza. Por favor, ayúdame.»
Sin embargo, tal vez siendo uno de los pocos mamíferos sin camuflaje natural, pocos de nosotros nos tiramos en el suelo, las heridas se muestran flagrantemente para que todos las vean, y mucho menos pedir ayuda. Sangrando por dentro, hemos aprendido a escondernos detrás de la bebida, el dinero y las relaciones superficiales. En la relativa ausencia de circunstancias que nos obliguen a defendernos de las bestias salvajes, somos perseguidos por amenazas de rechazo, abandono, invalidación y pérdida de control. Los depredadores toman forma en la inseguridad, los sentimientos de indignidad y, a veces, el orgullo. Ningún rescate viene a detener el flujo de sangre.
Al igual que la sirena de una ambulancia o la alarma de un automóvil, los gritos tienen una calidad de sonido única a la que la especie humana está configurada de manera innata para responder con inmediatez y urgencia. Más conocido coloquialmente como «empatía» hoy en día, estamos inherentemente sintonizados con la angustia de los demás. La característica temporal única de un grito preocupa a otros miembros de la especie humana; los trae corriendo a consolar, refrenar o aliviar el dolor que había suscitado dicho grito.
¿Qué sucede con nuestra capacidad de responder a la angustia de nosotros mismos cuando contenemos dentro de nosotros gritos inaudibles? Citando a Sigmund Freud, “Las emociones no expresadas nunca morirán. Están enterrados vivos y aparecerán más tarde en formas más feas”. Nos cerramos, no solo al dolor de las personas, sino también a su felicidad. Estos dos estados del ser te molestarán: el dolor, porque golpea demasiado cerca de casa, y la felicidad, porque parece tan lejos, tan fuera de tu alcance.
Identificar nuestro dolor es el único primer paso; la parte más difícil viene en permitirnos sentir nuestro dolor. Sólo entonces podremos encontrar un canal para difundirlo, no sea que, en un círculo vicioso, se aparece más tarde en formas más feas.