La belleza de no tener nada que perder. |

En algún momento de nuestras vidas, todos hemos dicho: «No tengo nada que perder». Y tal vez algunos de nosotros todavía nos sorprendamos diciendo esto.

Las pérdidas se presentan en diferentes formas y formas.

Algunos han perdido sus empleos, otros sus hogares.

Algunos han perdido a sus familiares y amigos y todo lo que poseían.

Algunos han perdido a la única persona que han amado.

Y algunos se han perdido.

Cuando perdemos lo que amamos, sentimos como si hubiéramos perdido una parte inmensa de nosotros mismos. Si bien por fuera parecemos completos, por dentro somos sólo un ser vacío que está hecho añicos.

Y entonces, miramos a nuestro alrededor, contemplamos el mundo y tenemos esta desconcertante sensación de que, literalmente, no tenemos nada que perder.

Pensamos para nosotros mismos, si he perdido este trabajo, ¿qué más podría perder?

Si he perdido a esa única persona que significó todo para mí, ¿qué más podría perder, en realidad?

Y a veces, lamentablemente, perdemos muchas cosas por completo.

Los traumas y las pruebas no tienen un horario ni un momento concreto para llamar a tu puerta y agotar tus posesiones emocionales y físicas.

Sí. A veces lo perdemos todo de golpe.

Y así, tenemos este sentimiento de desapego de todo y de todos, porque simplemente no tenemos nada que perder.

Aunque no tener nada que perder parece una expresión terrible que nos convierte en seres desapegados y descuidados, creo que puede ser todo lo contrario.

La verdad es que no tener nada que perder es lo más grande y mágico que te puede pasar.

No tener nada que perder es jodidamente increíble.

Sólo cuando lo hayas perdido todo tendrás el coraje de arriesgarlo todo.

Porque cuando lo tenemos todo nos convertimos en personas despiadadas que viven con el miedo constante de perder. Nos volvemos tan protectores que tememos que dar un paso en falso pueda arruinar todo lo que hemos construido. Nos volvemos vigilantes y temerosos. Guardamos todo y a todos los que amamos, como un hombre codicioso que guarda su dinero por la noche.

Cuando ya no nos queda nada, nos relajamos.

Nos volvemos valientes.

Tenemos ese corte de pelo que siempre hemos querido tener. Nos tatuamos ese tatuaje que pensamos que destruiría nuestra belleza. Emprendemos ese viaje que podría matarnos. Viajaremos, bailaremos, saltaremos, nos volveremos locos.

Porque ¿a quién carajo le importa?

Sabemos que no hay paso en falso que pueda ser más equivocado que lo que ya ocurrió. De repente, cada paso se vuelve correcto.

Cada elección ya no se convierte en una elección reflexiva. Se convierte en un instinto que proviene del centro de nuestro ser al que no le importan las consecuencias.

Y aquí es cuando ganamos.

Aquí es cuando las consecuencias se vuelven perfectas.

Obtenemos felicidad, fuerza, poder.

Aquí es cuando ocurre la magia porque es la naturaleza misma de la vida.

Nuestras vidas se vuelven auspiciosas cuando dejamos de lado lo que queremos y quiénes somos. Las cosas empiezan a fluir abundantemente cuando perdemos la intención de tener en abundancia.

Quedarnos sin nada puede ser lo mejor que nos haya pasado jamás.

El vacío y la nada son exactamente lo que nos transforma en seres de luz, porque la nada tiene el poder de llenarnos de todo.

Cuando no tenemos nada que perder, nos volvemos ricos: ricos en experiencias, coraje y empoderamiento.

Sabremos el valor de perder y, por tanto, estaremos agradecidos. Las personas que han perdido aprenden a nunca dar las cosas por sentado. Aprecian, disfrutan el momento presente y viven plenamente.

Nunca pierdas lo que has ganado al perder.

Nunca olvides ese hermoso sentimiento de descuido que eventualmente te ha llevado a tomar riesgos que no habrías tomado cuando lo tenías todo.

Acepta la pérdida porque te ha llevado a encontrar.

Y el que encuentra no volverá a perder.

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Autor: Elyane Youssef

Editora: Caitlin Oriel

Imagen: Unsplash/Patryk Sobczak