Incluso si te dijeron que no lo hicieras
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taquí estábamos, tarde un viernes por la noche en Colorado Springs, comiendo helado en un lugar local. Podía sentir las lágrimas formándose en mis ojos, algo que no había sucedido en al menos media docena de años.
J. me miró: «¿Qué quieres de la vida?» Recuerdo no tener palabras y preguntarme con qué respondería. Pero entonces sentí que se me formaban las lágrimas y, de repente, lo único en lo que podía pensar era en que estaba a punto de llorar delante de mi mejor amigo.
Acababa de regresar a casa de un despliegue de 15 meses en Irak. Fui a la guerra a los 23 años y cuando regresé a casa tenía casi 25. ¿Dónde se había ido el tiempo? No tenía idea de qué hacer con las dos semanas libres que tuve después de regresar a casa, y mucho menos en la vida, así que visité a J. por unos días.
J. y yo éramos compañeros de cuarto en West Point y habíamos desarrollado una amistad que sólo un lugar como la Academia puede formar. Lo había visto llorar algunas veces cuando éramos compañeros de cuarto, pero nunca había llorado delante de él. No lloré durante mis 4 años en West Point. Ni por el dolor físico, ni por el dolor emocional, ni por nada. No lloré desde los 16 hasta los 24 años.
Sin embargo, allí estaba yo, sentada con él en una heladería, a punto de llorar. Lo único que podía pensar era: «Dios mío, no llores».
Puedo contar con las dos manos la cantidad de veces que lloré cuando era niño. Recibir una palmada especialmente fuerte de mi papá. El día que fallé un penal como jugador estrella del equipo y perdimos el campeonato de fútbol juvenil. Cuando lloraba después de haber sido disciplinada, siempre me decían que llorara en silencio y que guardara mis lágrimas para algo importante.
Hoy tengo 30 años y todavía tengo que escuchar qué son esas cosas.
Cuando era un niño que crecía en los años 80, no llorar era parte del arte de la virilidad. Si no se llora en el béisbol, entonces no se llora por nada más. Llorar era una debilidad, y si llorabas de niño, te llamaban debilucho, niña, niño de mamá o algo peor.
Llorar no era varonil, pero ¿qué lo era? Bueno, si miras las grandes películas de los años 80 y 90 como Top Gun, Terminator, Indiana Jones, Duro de matar, Corazón Valiente o El club de la lucha, estaba claro. Sé físicamente fuerte y duro, derrota a los malos, ten actitud, salva el día…