A lo largo de nuestra vida el amor llegará a nuestra puerta en todos sus matices y medidas. De los pequeños que surgen de la nada, son sólo una mota blanca y fugaz, pero lo justo para llenar ese agujero más pequeño de tu corazón. A esos grandes y poderosos que te hacen volar, una pluma perdida en el viento. Y luego están los que duran para siempre. Los que son como granito, resistiendo la prueba del tiempo a medida que crece, que se profundiza con cada beso, con cada tormenta que se oscurece y cada magnífico salto de alegría.
El amor nos llevará a altibajos que nos atrevamos a imaginar.
Obligándonos a extender nuestras alas y volar.
Luego dejándonos caer de nuevo a la tierra, rotos y desamparados.
No hay mayor miseria que un corazón arrojado al mar.
Un corazón siempre preguntándose: ¿Por qué me has abandonado? ¿Soy tan feo, tan
nada, ¿tan indigno?
Este es el lugar donde chocan la realidad y el anhelo.
La encrucijada de hoy y de mañana.
Tu único momento bajo el sol.
Donde o te marchitas y mueres, o te levantas
y hacer algo empoderante.
Algo que alguna vez pensaste imposible.
Algo que podría ir en cualquier dirección.
Pero no lo dejarás.
No lo harás, no puedes porque sabes la verdad última
que una vida sin amor no es una vida en absoluto, no importa lo grandiosa que sea.
o qué tan pequeño.
Entonces haces lo único que puedes.
Aprovechar el momento.
Toma un respiro.
Desempolva tu glorioso ser.
Y volar de nuevo.