Coatlicue
Ninguna otra pieza de arte mexica/azteca provoca más controversia, argumento, discusión, asombro o asombro que el gigantesco monolito de piedra, ahora en el Museo Nacional de Antropología de México (Museo Nacional de Antropología) en la Ciudad de México, de la diosa de la tierra Coatlicue («Ella de la Falda de Serpiente’). Ya sea que lo creas monstruoso o sublime, sin duda es una obra de arte muy llamativa… (Escrito por Ian Mursell/Mexicolore)
Llamado de todo, desde ‘la obra maestra de la escultura estadounidense’ y ‘el verdadero espíritu del arte’ hasta el epítome de un monstruo, (re-)enterrado por su fealdad por las autoridades españolas después de ser desenterrado junto con el monumental Sunstone en 1790, el pobre Coatlicue ha sufrido décadas, si no siglos, de abusos, pero también de elogios. No tenemos intención de entrar aquí en el fascinante detalle de la estatua, sino que preferimos simplemente citar lo que un comentarista ha descrito como ‘entre los mejores [lines] jamás escrito sobre el tema’ – a saber, el trabajo de Paul Westheim, en su obra clásica de 1950 arte antiguo de mexico (‘El Arte del México Antiguo’)…
La cabeza de Coatlicue, Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México (Click en la imagen para ampliar)
Ella, la diosa tierra, madre de todo lo creado, determina la duración de ese intermezzo entre dos eternidades que se llama vida, ese breve instante dado al individuo para caminar en la luz. No hay conjuración para compensar su actuación; sólo hay períodos de gracia que se le pueden arrancar a fuerza de adoración y constantes sacrificios… En esa gran obra azteca nada se analiza. No se relata ninguna de las muchas acciones legendarias y espantosas de la divinidad. No hay historia; no hay acción. En majestuosa calma, inmóvil, impasible -un hecho y una certeza- la diosa se presenta ante el espectador: un monumento, un símbolo, un concepto.
Coatlicue, la vista lateral (Click en la imagen para ampliar)
Y todos los recursos plásticos -decorativos y simbólicos a la vez-, todos los detalles, representados con claridad y precisión, las mandíbulas y cuerpos serpentinos, los corazones humanos y las manos cercenadas, las garras animales; todo tiene el único propósito de acentuar y dramatizar el tremendo poder de la diosa tierra para que el espectador, es decir, el creyente que se acerca devotamente a la imagen, la recree en su imaginación.
Fuente: La imagen azteca en el pensamiento occidental por Benjamin Keen, Rutgers University Press, 1971, p. 521.
Fotos por Ana Laura Linda/Mexicolore.
Este artículo fue subido al sitio web de Mexicolore el 01 de agosto de 2017