Autonomía: significado, psicología e investigación
La autonomía es la capacidad de influir en nuestro entorno para alcanzar un objetivo, ya sea regular el propio estado de ánimo, obtener un ascenso o hacer un nuevo amigo.
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De hecho, a partir de este punto de desarrollo, las personas intentan constantemente ejercer control o influencia sobre su entorno para alcanzar sus objetivos. Están ejercitando sus capacidades para afirmar su autonomía, para dirigir libre e intencionalmente el curso de sus vidas. La naturaleza de la autonomía ha fascinado a filósofos y psicólogos durante muchos años, así que veamos qué dice la literatura científica sobre el tema.
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¿Qué es la autonomía? (Una definición)
Para ser un ser humano, tener autonomía implica varias cosas (Chirkov, 2011). En primer lugar, hay que ser consciente de los propios pensamientos y emociones y poder ver de dónde proceden. Por ejemplo, supongamos que mis amigos me invitan a cenar y me doy cuenta de que pienso: “Debería ir”. ¿Por qué? ¿Es porque me he estado aislando y necesito conexión social? ¿Es porque no quiero que me dejen fuera, aunque me sienta cansado esta noche? ¿O es porque me preocupa comer demasiado y perder la noche en Netflix si no voy con ellos? Son distinciones importantes que hay que hacer porque ejercer la autonomía significa poder elegir libremente si seguir un impulso o una idea en particular. Tal vez la primera explicación parezca una buena razón para ir, pero las otras dos no lo parezcan.
Autonomía y Conciencia
La autonomía también exige ser consciente de las normas y expectativas sociales y culturales y tenerlas en cuenta. Si no soy consciente de las fuerzas sociales que intervienen en una situación, no puedo tomar una decisión racional y plenamente informada sobre ella. Supongamos que al grupo de amigos que me invita a cenar le gusta trasnochar, ir de bar en bar y beber mucho; saberlo puede ayudarme a elegir eficazmente si quiero someterme a esas expectativas sociales o prepararme para hacer valer mis propias preferencias si me uno a ellos en una salida por la ciudad.
En tercer lugar, las personas autónomas crean sus propios objetivos y valores. Se inspiran en otras personas y permiten que las necesidades de los demás tengan importancia, pero tratan de vivir de acuerdo con sus objetivos y valores y perseguirlos incluso (o especialmente) cuando eso pueda resultar inconveniente para otras personas. Por lo tanto, si he tenido una semana increíblemente ajetreada, he dormido poco y valoro mucho mi propia salud, es posible que rechace la invitación de mis amigos, aunque sé que se sentirán decepcionados. Por último, la autonomía significa reconocer los objetivos y valores de otras personas y hacer todo lo posible por no comprometerlos al mismo tiempo.
La autonomía es actuar con atención plena
En resumen, la autonomía es la capacidad de actuar con atención plena, con reflexión y conciencia y con una evaluación racional de las propias necesidades y de las de los demás (Chirkov, 2011). Solo con todos estos componentes en su lugar podemos ejercer verdaderamente la autodeterminación (Pfander, 1967), que podría ser el mejor sinónimo de autonomía que se me ocurre.
Autonomía y autodeterminación
¿Hasta qué punto somos autodeterminantes? Sin duda, a veces podemos sentir que la vida nos lanza una bola curva tras otra y que simplemente reaccionamos, sin ejercer ningún tipo de libre albedrío. Tal vez un ejemplo extremo pueda ilustrar esta idea de la autodeterminación. Supongamos que alguien nos detiene en la calle a altas horas de la noche mientras caminamos hacia casa y nos exige que le echemos la cartera o el bolso. Incluso en un momento como ese, podemos responder de manera autónoma a la situación. Si consideramos todas las opciones, tenemos en cuenta nuestros propios valores y elegimos un curso de acción que nos parezca adecuado, seguimos ejerciendo la autonomía (Pfander, 1967).
En otras palabras, incluso el simple hecho de cumplir los deseos de otra persona, si uno elige hacerlo libremente, es un acto de autonomía (Ricoeur, 1966). En este caso, viene a la mente el consentimiento sexual, tal como lo entendemos hoy: cuando alguien consiente abiertamente y con entusiasmo una actividad sexual, eso también es autonomía en acción.
Lo opuesto a la autonomía
Lo opuesto a la autonomía es estar controlado por fuerzas externas a nosotros. Etimológicamente hablando, autonomía proviene de las palabras “yo” y “regulación”, por lo que podemos pensar en lo opuesto a la autonomía como cuando estamos regulados sin nuestro consentimiento o por fuerzas más fuertes que nosotros (Ryan y Deci, 2006).
¿Cuándo ocurre esto? A los niños pequeños les gusta encontrar su voz y decir “no” tanto como sea posible porque hasta ese momento no han ejercido mucho su autonomía; sus padres o tutores decidían cuándo y qué comerían, cuándo se irían a dormir y con qué juguetes jugarían. En la edad adulta, las personas encarceladas no pueden actuar libremente en función de sus valores y objetivos; en muchos aspectos de su vida, viven lo opuesto a la autonomía.
Beneficios de la autonomía
Ejemplos de Autonomía
Tengo la suerte de tener un horario de trabajo flexible, por lo que tengo muchas oportunidades de ejercer mi autonomía a lo largo del día. Mientras sea consciente de mis motivos y emociones, así como de las exigencias de mi entorno, puedo actuar de forma autónoma. Cuando evito inconscientemente consultar mi correo electrónico porque anticipo un comentario negativo de un colega, no estoy siendo autónomo. Sin embargo, cuando me comprometo a buscar ese correo electrónico y responderlo, porque sé que esa elección está alineada con mis valores, entonces estoy ejerciendo la autonomía.
Autonomía y ética
Desde un punto de vista moral, a menudo se considera poco ético privar a las personas de su autonomía a menos que exista una justificación muy sólida para su decisión. Por ejemplo, como psicoterapeuta, estoy facultado para recomendar que se hospitalice a un paciente contra su voluntad, pero solo si puedo demostrar que existe una probabilidad alta e inmediata de que la persona se haga daño a sí misma o a otra persona.
Autonomía del yo
Psicología de la Autonomía
Una forma de describir las diferencias intrapersonales es a través de lo que se denomina nuestras orientaciones causales (Ryan y Deci, 2000). Cada uno de nosotros tiene una idea básica de cuánto control personal tiene sobre su vida y, aunque ajustamos nuestra comprensión de una situación a otra, esa idea básica también puede variar mucho de una persona a otra. Las personas que se consideran capaces de influir en su entorno (también conocido como dominio del entorno) tienden a centrarse en las posibilidades y opciones que tienen a su disposición, mientras que las personas que se consideran con menos control se centran más en los posibles castigos y recompensas que existen en la situación. Este enfoque en los factores situacionales, en lugar de en las necesidades y valores propios, refleja una menor autonomía.
Niveles de autonomía
Como podría sugerir el concepto de orientaciones causales, en realidad podemos pensar en la autonomía como algo que existe en diferentes niveles. Cuando no somos plenamente conscientes de nosotros mismos, o actuamos sólo en función de algunas de nuestras necesidades y valores, pero no de todas, estamos siendo menos autónomos (Taylor, 2005). Por ejemplo, cuando un alcohólico que está tratando de mantenerse sobrio decide “solo tomaré esta copa”, es probable que no esté ejerciendo una autonomía plena, en el sentido de que la decisión no refleja toda su gama de valores (Dworkin, 1988). Si ese alcohólico está en una fiesta donde todos los demás están bebiendo, o ya han empezado a beber, su acceso a su propio conjunto de valores y objetivos –y, por lo tanto, a su autonomía–…