No me dejes.
Quizás me hubieran conmovido un poco las palabras, si no fuera por lo que siguió.
No quiero vivir con mi madre. No puedo darme el lujo de vivir solo. Simplemente tiene más sentido compartir espacio.
No se pronunció ni una sola palabra acerca de querer que me quedara. Sin palabras de amor o cariño. Sólo los fríos aspectos prácticos. No me sorprendió. En ese momento supe exactamente con quién estaba tratando. Aún así, podría haber sido agradable sentir que me iban a extrañar a mí, como ser humano, en lugar de perder la mitad de las facturas.
Fue una verdad difícil darme cuenta de que extrañarían mi dinero, no mi presencia. Se extrañaría mi contribución en el hogar, no mi risa. La tranquilidad que había creado en esta vida la extrañaría, no yo.
A raíz de esas palabras, recordé otras palabras años antes. Simplemente tiene más sentido compartir un apartamento que vivir separados. ¿Por qué había sido necesario durante todo nuestro divorcio para darnos cuenta de que los cimientos de nuestra relación se habían construido sobre el mismo sentimiento de practicidad en lugar de deseo? Recuerdo haber pensado que apelaba a mi lógica mientras intentaba convencerme de alguna otra intención romántica subyacente.
Después de todo, me habían regalado un anillo con el mismo sentido del deber, sin siquiera ofrecer una ilusión de romance. Si creí que existía alguna, fue porque elegí creerla ciegamente. Ignoré su marcada falta de entusiasmo en nuestra boda, y cuando esa falta de entusiasmo continuó, me dije que así era como se suponía que debía ser el matrimonio.
Me había vuelto muy bueno mintiéndome a mí mismo.
Cuando dejé la relación, sabía mi propio valor y no estaba dispuesto a cambiarlo porque tendría más sentido financiero simplemente quedarme. No estaba segura de cómo iba a mantenerme a mí y a mi…