Cuando estamos en una relación con alguien nuestra felicidad está ligada a la de ellos. Hay muchos dichos sobre esto. «Una madre es tan feliz como su hijo más infeliz». «Si mamá no es feliz, nadie lo es». O mi favorito, «Esposa feliz, vida feliz». Todos estos dichos ilustran cómo nos afecta la felicidad o la infelicidad de aquellos a quienes amamos y con quienes tenemos relaciones cercanas.
Cuando nuestros seres queridos están felices y de buen humor, es contagioso y disfrutamos de los mismos sentimientos. Cuando se sienten infelices y miserables, esto tiende a colorear nuestros propios sentimientos, incluso si nosotros no tenemos motivos para sentirnos miserables. Podemos volver a casa sintiéndonos muy bien con nuestro día, pero si nuestra pareja tuvo un mal día, tendemos a dejar de lado nuestros buenos sentimientos para atender los de ellos.
Cuando esto sucede ocasionalmente, no es perjudicial para nosotros ni para la relación. Si esto se convierte en la norma, corremos el peligro de ser arrastrados por la ola de la miseria de nuestro ser querido. Si vivimos con alguien que es crónicamente infeliz o que tiene ataques de melancolía o depresión, tenemos que aprender maneras de proteger nuestra propia felicidad o arriesgarnos a unirnos a ellos en la miseria.
Podemos pensar que si alguien a quien amamos es infeliz, no tenemos derecho a ser felices. Puede parecer egoísta estar de buen humor cuando están tan deprimidos. Así que nos apresuramos a intentar arreglar las cosas para que ellos también puedan ser felices. Entonces podremos ser felices sin culpa. Cuando esto resulta contraproducente, lo que suele suceder es que asumimos su miseria y dejamos de lado nuestra propia felicidad. Después de todo, no puede ser justo que seamos felices cuando ellos son tan infelices, ¿verdad?
La realidad es que la mejor manera de ayudar a alguien que no es feliz es ser felices nosotros mismos. Al atender nuestras propias emociones, estamos modelando un enfoque saludable para encontrar la felicidad. Permitir que otros sean responsables de su propia felicidad es una ofrenda de gracia. Cuando no tratamos su infelicidad como un fuego que hay que apagar, les estamos ofreciendo la oportunidad de aprender a ser felices en sí mismos.
Es cierto que hay personas que se han acostumbrado tanto a ser infelices que no quieren ni saben ser felices. En este caso, sólo puedes ocuparte de tu felicidad y aprender a vivir con ellos y amarlos…