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Muchos de nosotros no crecimos en hogares en los que los adultos se comunicaran de manera respetuosa y saludable. Como resultado, no fuimos testigos ni aprendimos esas habilidades saludables para relacionarnos. No vimos a nuestros padres expresarse honestamente y establecer límites. No los vimos defender lo que querían o no querían.
No fuimos testigos de una comunicación honesta y directa. Nadie pidió lo que quería. Nadie pidió a otras personas que dejaran de hacer lo que estaban haciendo de manera respetuosa, incluso si les dolía de alguna manera, porque no era así como funcionaba. Y por eso nunca aprendimos a establecer, mantener y respetar límites. Ni el nuestro ni el de nadie más.
En consecuencia, nuestras relaciones adultas son un campo de batalla. Entramos con grandes expectativas y salimos heridos y amargamente decepcionados. La mayoría de las veces no entendemos lo que realmente está pasando y culpamos a nuestra (ex)pareja por la desaparición de la relación.
Repetimos esta experiencia de relación con otra pareja y luego tal vez con otra y otra hasta que llegamos a la conclusión de que o las personas apestan o las relaciones lo hacen. Tal vez nos echamos la culpa de todo a nosotros mismos y, por lo tanto, nuestro sentido de autoestima cae en picada. En cualquier caso, el resultado es perjudicial.
Pero ¿y si hubiera algo vital que a todos nos faltara? ¿Una habilidad práctica que nos permite conectarnos de manera saludable y co-crear una relación respetuosa? ¿Qué pasa si hasta ahora hemos rechazado esta habilidad porque no sabemos cómo expresarla ni cómo recibirla? ¿Qué pasa si percibimos esta habilidad como rechazante u ofensiva cuando en realidad nos permite formar un vínculo amoroso? ¿Podría ser que juzguemos mal aquello que necesitamos para conectarnos de manera significativa?
Mucha gente percibe los límites como barreras. Se sienten ofendidos, heridos, avergonzados o rechazados cuando alguien les pone un límite. A menudo creen que les han regañado y, como resultado, pueden sentirse humillados o avergonzados.
Lo que a menudo sigue es el comienzo de un enorme conflicto que rompe relaciones. Culpamos a la persona que puso un límite a nuestros sentimientos incómodos y reaccionamos desde nuestro sistema de amenazas: nos distanciamos y nos vamos; nos quedamos pero nos congelamos; o acusamos, culpamos y peleamos.