Yo era el tipo de chica de quince años sobre la que hacen películas de anuncios de servicio público. Del tipo que se encuentra atado en el sótano de algún monstruo o en alguna cosa igualmente sensacional, horrible y aterradora.
Si te propusieras imaginar exactamente el tipo de chica que corre el riesgo de terminar con una historia de advertencia, esa habría sido yo cuando tenía quince años.
Ojalá estuviera exagerando.
Mis padres tuvieron un divorcio complicado cuando yo tenía ocho años. Mi papá dejó a mi madre por su novia de la secundaria. Me acosaron mucho en la escuela primaria y finalmente dejé a mi mamá para vivir con mi papá. El hermano de mi madrastra abusó sexualmente de mí.
Me mudé a Las Vegas el mes que cumplí quince años, en octubre de 1986.
Mi papá nos mudó allí porque estaba siendo juzgado por fraude postal y, si lo condenaban, mi madrastra necesitaba un lugar asequible para capear esa tormenta.
Fue condenado. Unos meses más tarde, comenzó una pena de prisión de casi cinco años.
Soy el mayor de nueve hermanos. Uno de los tres hijos que tuvo mi papá con su primera esposa. Debido a que mi hermano y mi hermana vivían con nuestra mamá, yo era mucho mayor en casa. La siguiente mayor era una hermanastra que es cinco años menor que yo; en ese momento solo tenía diez años. Y luego estaban los gemelos que aún no estaban en el jardín de infancia y tres hermanos más, uno tras otro. Los dos más pequeños todavía estaban en pañales.
Conseguí un trabajo ese año para ayudarnos a mantenernos y trabajé a tiempo completo mientras iba al décimo grado. Mi madrastra empezó a beber y básicamente se fue. Ella era maestra de escuela y normalmente salía a la escuela el viernes por la mañana y regresaba a casa para ducharse y regresar al trabajo el lunes por la mañana.
Todo esto quiere decir que cuando tenía quince años, estaba asustado, solo, jodido, ingenuo y vulnerable.
Ah, y además nadie me estaba prestando atención.
Esto era 1986. Los teléfonos móviles eran algo sacado de Star Trek. Teníamos un teléfono de disco pegado a la pared de la cocina. Tenía un cable lo suficientemente largo como para permitirme sentarme en un…