El sacrificio humano entre los mexicas: nuevas perspectivas

El sacrificio humano entre los mexicas: nuevas perspectivas

Estamos sinceramente agradecidos a dos colegas mexicanos por haber escrito especialmente para Mexicolore este artículo durante resumiendo los importantísimos avances arqueológicos en el área del Templo Mayor los últimos dos años. Dra. Ximena Chávez Balderas es bioarqueóloga del Proyecto Templo Mayor, candidata doctoral en la Universidad de Tulane, e investigadora en la Dumbarton Oaks Research Library, Washington. Lorena Vázquez Vallin cursó la Licenciatura en Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Desde el 2011 y hasta la fecha, es investigadora del Programa de Arqueología Urbana del Museo del Templo Mayor.

Fig 1: Fray Bartolomé de Las Casas (izq) y Juan Ginés de Sepúlveda (der) (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo quedaron sorprendidos por la diversidad de rituales que practicaban los pueblos nativos. Entre éstos, el sacrificio humano fue el que más llamó su atención. Conquistadores, cronistas y frailes documentaron la inmolación de víctimas en diferentes áreas geográficas del continente americano. Gracias a estas narraciones, podemos conocer cómo y cuándo se llevaron a cabo estos rituales. Sin embargo, algunos de estos relatos buscaban exaltar el fenómeno del sacrificio para justificar los malos tratos que se les daban a las poblaciones indígenas. Por ejemplo, entre los años de 1550 y 1551 se llevó a cabo el debate Valladolid, controversia representada por dos posiciones extremas: Fray Bartolomé de Las Casas y el jurista y teólogo Juan Ginés de Sepúlveda. El primero estaba en contra de la encomienda y buscaba liberar a los nativos de cualquier tipo de servidumbre; en cambio Sepúlveda quería demostrar que la guerra contra ellos era justa.

Fig 2: Detalle del Huei Tzompantli, Museo del Templo Mayor (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Para defender sus posturas, ambos se centraron en el tema del sacrificio, con énfasis en los mexicas. Las Casas argumentaba que esta práctica había estado presente en diferentes culturas a lo largo de la historia de la humanidad. En cambio, Sepúlveda, quien nunca viajó al nuevo mundo, centró su debate en las cifras de las personas inmoladas durante cada año. De acuerdo con él, habían perecido más individuos por el sacrificio que por la guerra. En este sentido, Sepúlveda justificaba la Conquista, sin tomar en cuenta los verdaderos efectos nocivos que tuvo sobre la población local. Así, durante el Siglo XVI se gestó una guerra de cifras contradictorias, las cuales han sido reproducidas hasta nuestros días sin tener una postura crítica al respecto. Por ejemplo, existen autores que consideran fidedignos los datos de Fray Diego de Durán, quien afirma que durante la inauguración del Templo Mayor bajo el mandato en Ahuítzotl se sacrificaron 80.400 individuos. Además de que carecemos de evidencia arqueológica de este evento, una ciudad de aproximadamente 250,000 habitantes como Tenochtitlan, no tenía la capacidad para controlar y mucho menos para inmolar tal cantidad de individuos durante una misma celebración.

Fig 3: Excavaciones en el Templo Mayor en el año 2010 (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Después de tantos siglos aún subsiste la misma pregunta: ¿los sacrificios mexicas eran masivos como lo afirman algunos conquistadores y frailes? Gracias a las excavaciones arqueológicas ahora podemos comenzar a trabajar en una respuesta basada en la evidencia osteológica. Durante las exploraciones realizadas a cabo por el Proyecto Templo Mayor y por el Programa de Arqueología Urbana se han recuperado restos óseos humanos en diferentes áreas del recinto sagrado de Tenochtitlán. El análisis directo de sus huesos revela que la gran mayoría corresponde a víctimas sacrificatorias que fueron inmoladas y sometidas a tratamientos póstumos para desechar sus cadáveres. Entre ellos se encontraron hombres, mujeres y niños, casi todos de origen extranjero, pero que vivieron algunos años en Tenochtitlan antes de ser sacrificados; así lo corroboran los estudios de isotopía y genética realizados por Alan Barrera, Diana Moreiras y Diana Bustos.

Fig 4: El sacrificio humano mexicano, según el ilustrador mexicano Miguel Covarrubias (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Las víctimas eran inmoladas en ceremonias periódicas y excepcionales. Las primeras correspondían a las fiestas del calendario ritual, en tanto que las segundas a funerales, inauguraciones, coronaciones o periodos de sequía. Dependiendo de la ocasión se elegiría para el sacrificio a un esclavo comprado oa un guerrero cautivo. Los individuos podrían inmolarse mediante extracción de corazón, degüello o inanición, siendo la primera la técnica más habitual empleada, según lo que demostraran las fuentes históricas. Es posible que el despeñamiento y el flechamiento ocurran formas de tortura que antecedieron al sacrificio, aunque también es factible que sirvieran para privar de la vida a un individuo.

Fig 5: Huellas de corte en la porción anterior del cuerpo vertebral. Corresponde a una decapitación que se realizó de adelante hacia atrás y consistía en seccionar los discos intervertebrales (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Los cuerpos inertes fueron sometidos a diferentes tratamientos póstumos, como el desuello, el desmembramiento, el descarne y la decapitación; esta última fue, sin lugar a dudas, la más importante. Los frailes Toribio Benavente (Motolinía), Bartolomé de las Casas y Bernardino de Sahagún coinciden en que después de la decapitación las cabezas de las víctimas permanecían en el recinto sagrado, en tanto que los cuerpos eran llevados a los barrios (calpulli) o eran arrojados al remolino del lago que se formaba en Pantitlán. La evidencia arqueológica confirmaría el aprovechamiento ritual de las cabezas, pues la mayoría de los restos óseos recuperados en las excavaciones del recinto sagrado corresponden a este segmento anatómico. Gracias al estudio directo de los huesos sabemos que los individuos eran decapitados por desarticulación de las vértebras del cuello, mediante un corte en dirección anterior-posterior, utilizando instrumentos de piedra que dejaron huellas cortantes y cortos-contundentes en la superficie ósea (fig 5) .

Fig 6: Cráneo con perforaciones laterales que servirían para atravesarle una viga de madera y exhibirlos en el tzompantli (arriba); representación del Templo Mayor de Tenochtitlan y el Huei Tzompantli, Códice Durán(1990: t (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Algunas de las cabezas fueron enterradas inmediatamente en el Templo Mayor, sin ulteriores tratamientos póstumos. Esto se llevó a cabo como parte de las ofrendas de consagración del edificio. No obstante, sabemos que después de la decapitación, la mayoría de los individuos fueron descarnados (parcial o totalmente) con el objetivo de obtener un aspecto esqueletizado. Los hallazgos arqueológicos permiten corroborar que a los cráneos se les fabricaron perforaciones laterales mediante percusión, con el fin de atravesarles una viga de madera y suspenderlos en la palizada de cráneos; última reflejaba la fuerza expansionista del Estado, pero a la vez era un símbolo de fertilidad y muerte, equiparable con un árbol de calabazas (fig. 6).

Fig 7: Plataforma vista en planta. Se apreciarán los orificios donde se insertaban los postes de la palizada (Presione sobre la imagen para ampliarla)

El hallazgo de la palizada más importante de Tenochtitlan, el Huei Tzompantli, nos permite comprender los tratamientos post-sacrificiales, así como los alcances de la práctica sacrificial. Durante los trabajos realizados entre febrero y junio de 2015 por el Programa de Arqueología Urbana en la Calle de Guatemala núm. 24, a espaldas de la Catedral Metropolitana, el equipo bajo la dirección de Raúl Barrera encontró los restos de este edificio que se encuentra alineado con el adoratorio de Huitzilopochtli. Se trata de una plataforma de escasos 60 cm de alto, en cuyo piso son visibles las huellas de los postes en los que se encajaban las vigas donde se suspendían los cráneos perforados; aunque sólo se excavó la esquina noreste de la plataforma, se calcula que tendrá aproximadamente 35 m de largo, en dirección norte-sur (fig. 7).

Fig 8: Cráneos de la torre adosada a la porción norte de la plataforma del Huei Tzompantli. Corresponde a la fachada exterior de dicha torre y estaban aglutinados con argamasa de cal, arena y arcilla (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Durante la exploración del Huei Tzompantli, el equipo de arqueólogos realizó un hallazgo sin precedentes: se trata de una torre adosada, construida con cráneos humanos aglutinados con argamasa de cal, arena y arcilla (fig. 8). Si bien esta estructura se encuentra incompleta, correspondería con las descripciones de Andrés de Tapia, quien fuera testigo presencial. En efecto, el conquistador asevera que Ížestaba de un cabo e de otro destas vigas dos torres hechas de cal e de cabezas de muertos, sin otra alguna piedra, e los dientes hacia afueraÍŸ. El dato arqueológico nos permite saber que los cráneos de la fachada de la torre fueron colocados viendo hacia afuera, tal y como lo relata Tapia. Lo que el conquistador no pudo ver, es que en el centro de la estructura los cráneos estaban orientados con el rostro hacia el interior (fig. 9).

Fig 9: Detalle en el que se observan las dos etapas constructivas de la torre adosada al Huei Tzompantli (Presione sobre la imagen para ampliarla)

Al igual que otros edificios, las torres del Huei Tzompantli se componían de etapas constructivas, de las que se solamente se conservan dos; la más antigua tenía 3,60 m de diámetro y la segunda 4,70 m. Estos vestigios no fueron vistos por los españoles, pues se encontraron sepultos. En cambio, la torre correspondiente a la época del contacto fue destruida, por lo que desconocemos sus dimensiones. Hasta el momento los antropólogos físicos del Programa de Arqueología Urbana han identificado a hombres jóvenes, aunque también hay mujeres y niños (fig. 10). Las exploraciones arqueológicas en diferentes puntos del recinto sagrado permiten saber que esta palizada de cráneos fue un elemento dinámico, donde los cráneos se exhibieron y después fueron retirados. Algunos permanecieron mucho tiempo en el tzompantli, de manera que se intemperizaban y fracturaban. En cambio, otros eran retirados rápidamente, conservando incluso las vértebras o la mandíbula articulada (fig. 11).

Fig 10: Individuo infantil de entre 3.5 y 5 años de edad, procedente de la torre de cráneos adosada al Huei Tzompantli (Presione sobre la imagen para ampliarla)

La mayoría de los cráneos eran incorporados a las torres adosadas, verdaderos repositorios donde quedaron resguardadas las cabezas de los individuos. Por el contrario, otros cráneos fueron reutilizados. De estos hemos contabilizado hasta el momento 34, los cuales fueron retirados de la palizada para ser modificados, transformando así su función y su simbolismo. De ellos a diez se les colocaron aplicaciones, cuchillos y fueron pintados, con el fin de representar efigies de deidades al interior de las ofrendas del Templo Mayor. Al resto se les suprimió la parte posterior para fabricar las llamadas máscaras cráneo (fig 12). A pesar del nombre con que se les conoce no fungían como máscaras, pues tienen los ojos y la cavidad nasal cubierta. A partir de la información de los códices prehispánicos y coloniales, así como de la escultura mexica, podemos suponer que algunos de estos objetos rituales pueden ser utilizados como atavíos de las imágenes de los dioses y de los sacerdotes o bien, pueden ser exhibidas en otros edificios religiosos.

Figura 11: …